Aljibe

En el aljibe hemos recogido material, sonidos e imágenes, como fase previa a la celebración del taller. Se trata de un aljibe del S XI, pintado con almagra en su interior, tierra rojiza que cumplía a la vez las funciones de aislante y protección ante las supersticiones, asegurándose que el agua no fuera envenenada por el mal de ojo. Este pigmento también era utilizado por las civilizaciones primitivas para sus pinturas y decoraciones cerámicas. Forman parte de la tradición compartida por los pueblos del arco mediterráneo desde la prehistoria y que se hace especialmente evidente en la época andalusí, momento en el que se construyó el aljub del Esquinal, uno de los aljibes más representativos del Paisatge protegit de la Serra del Maigmó i Serra del Sit y el más grande de Petrer.

Se trata de una construcción subterránea para recoger el agua que baja por el barranco, de construcción abovedada, de aproximadamente 15,5 metros de longitud, 4,60 metros de anchura y 4 metros de profundidad, con una capacidad aproximada de 300 m3. Al lado del aljibe existe una balsa de decantación para filtrar el agua y eliminar la tierra, piedra o restos vegetales.


En las pinturas rupestres más antiguas no suele aparecer la figura humana, con la excepción de algunas siluetas de manos. Sin embargo se representan las figuras de animales con un dibujo fiel y policromía aproximada y, con frecuencia, se aprovechan las protuberancias de las paredes para darles relieve. Se desconoce el significado de las siluetas de manos, resultantes de proyectar pigmentos sobre el dorso de las manos, o de presionar la palma de la mano impregnada sobre la roca, ni se sabe por qué lo hacían, sólo se sabe que esta tradición data de 10.000 años. Se supone que son la huella de antiguos rituales comunitarios con un elevado componente mágico que propiciaría la unión mística entre los participantes y las fuerzas telúricas, o a la voluntad de perpetuidad a través del gesto de dejar la huella de sus manos. Estas prácticas han sido comunes a pueblos distantes que nunca tuvieron contacto ni intercambios. Son, por tanto, prácticas que escapan a coordenadas espacio-temporales precisas.

Cueva de las Manos, Patagonia. C. 9.500 a.C.
En el taller retrocedemos miles de años para ponernos en el lugar de esa primeras civilizaciones. Experiencia de creación colectiva en la que los participantes abandonarán el rol de espectadores para convertirse en autores, ya que la creatividad no es exclusiva de los artistas. De este modo, protagonizarán la aventura de la creación colectiva de una pieza artística intermedial junto a los profesores que imparten el taller. Resulta importante dejar claro en este momento que partiremos de unas premisas, pero que la obra se irá construyendo entre todos los asistentes al taller, conforme a la documentación que hayan recopilado y sus ideas y aportaciones. De este modo, se propone pintar un mural con las siluetas de nuestras manos. Los tableros recogerán las improntas y las imágenes realizadas con témperas, luz, signos... Grabaremos la acción como parte de nuestro diario de bitácora.

Trabajo de campo. Cartografía sonora, objetual y visual.
Del 14 al 19 de junio los artistas realizan una residencia en El Esquinal, donde se encuentra el aljibe. Recogemos todo tipo de material con el que se desarrollará el taller y la exposición.


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